miércoles, 5 de mayo de 2010

Relato de terror: Lycopedon Perlatum

Toda leyenda de terror se construye sobre una base racional, un suceso estremecedor para la persona en cuestión, sobre todo cuando es imposible encontrar una explicación. El agente Fuller había visto nacer muchas de estas historias, sabía a ciencia cierta qué cualquier indicio era de importancia para resolver un caso, pero con el tiempo también había aprendido a evitar los simples rumores que tan solo obstaculizaban su trabajo. Para un sheriff de pueblo pocos eran los sucesos que requerían una exhaustiva investigación, la mayoría de ellos trataban sobre hurtos, allanamientos, y algún que otro enfrentamiento. Aquel sosegado ritmo de vida había perdurado durante años, en los que tan solo se dedicó a patrullar las calles y a completar informes de denuncias. Pero una mañana, a las nueve tocadas, una imprevisible y brutal noticia acabó con su rutina diaria.

No tardó demasiado en llegar al lugar del incidente. Disponía de un jeep privado, aparcado en el garaje de comisaría, pero poco utilizado, ya que tan solo se montaba en él cuando el destino gozaba de un terreno complicado. A los pocos minutos de trayecto se percató de que su destreza al volante no era la misma en aquel todoterreno. Si bien disponía de un carné para todo automóvil, cada uno de ellos era diferente al resto y aquel enorme armatoste no tenía nada que ver con su modesto coche patrulla. A pesar de las dificultades logró entrar en el bosque y, en menos de media hora, ya se había reunido con sus compañeros.

-Después de tantos años ha vuelto a suceder.- Dijo uno de ellos girándose hacia el agente.- Eran de fuera, vendrían a pasar un fin de semana de relax. Qué irónico ¿verdad?.

Llevado por la curiosidad se asomó entre el gentío policial, introduciéndose en el circulo de personas que rodeaban el lugar, mientras el detective, con una instantánea en sus manos, se agachaba para tomar unas fotografías. El flash iluminó con un destello los cuerpos sin vida de aquellos jóvenes: Sus ropas estaban ensuciadas por el fango, prácticamente despedazadas y con heridas que asomaban en forma de círculos rojizos en el tejido. A pesar de no disponer de una hora aproximada sobre sus muertes, no les fue difícil deducir que habían permanecido allí toda la noche: Los cadáveres se encontraban repletos de picaduras de mosquito, algunas de ellas tan fastidiosas como la que se había formado en el párpado del chico rubio. Pero lo más aterrador del asunto no se encontraba en el asalto de los parásitos, ni siquiera en el insecto palo que asomaba de la boca de uno de los muertos. Lo brutal y sobrecogedor de aquel suceso residía en el hecho de que los cuerpos parecían estar desarticulados; todos los huesos se encontraban descoyuntados como el esqueleto de una marioneta.


-Trece horas atrás-


Había sido un largo viaje, un largo trayecto, de aquellos en que la radio es lo único que mantiene vivo el entretenimiento. Tras muchos kilómetros aparcaron el vehículo a las afueras del pequeño pueblo, uno de esos con el típico cartel situado a un lado de la carretera y que anuncia con letras enormes su nombre. A pesar de carecer de lugares de interés, aquella aldea se caracterizaba por estar envuelta por una cordillera, una serie de montañas que despertaba cierto atractivo en los turistas más aventureros.

Melvin, Scott y Carleen habían traído el material necesario para dormir bajo las estrellas; En el bolsillo lateral de la mochila de ella podía apreciarse el bulto que formaba la linterna, destinada exclusivamente para la noche, en la que juntos, investigarían los misterios del bosque. Pero su interés en la acampada no provenía de sí misma, ni siquiera de Scott, su verdadero aliciente era Melvin. Le conocía desde hacía relativamente poco, a través del otro chico que les acompañaba. Scott coincidió con ella en muchas de las clases que se impartían en la Universidad y con el paso del tiempo el roce acabó haciendo el cariño. Cuando los estudios requerían un trabajo en grupo él siempre era su primera opción, por esa misma razón tuvieron que quedar algunos fines de semana y rematar la faena empezada. Melvin era el mejor amigo de Scott, vivía en su mismo barrio y en ocasiones se pasaba a visitarle. En uno de esos fines de semana Carleen coincidió de nuevo con su visita, pero esta vez se conocieron un poco mejor. A partir de entonces cada vez que Scott nombraba a su amigo Carleen no podía evitar recordar aquel día, un domingo en el que sus miradas se conectaron de un modo distinto, un domingo que de ser posible hubiese repetido. Por esa misma razón decidió unirse a la excursión, con la ilusión de volverle a ver y con la esperanza de algo más.

El ascenso a la montaña no resultó pesado, al fin y al cabo necesitaban estirar las piernas después de pasar todo el día en el coche. De todos modos lo que requirió más tiempo fue buscar el lugar en el que acamparían; muchos de esos lugares eran tan selváticos que resultaba imposible instalar las tiendas y a penas encontraron terreno nivelado. Sin embargo, a pocos kilómetros de la cima, finalmente lo hallaron.
En menos de una hora ya habían instalado las tiendas y en el doble de tiempo anochecería. Antes de que eso sucediera se dispusieron a dar un paseo, inspeccionar los alrededores y planificar que camino seguirían en el juego de noche. Fue en uno de esos caminos donde encontraron aquella rareza de la naturaleza, situada en la base del tronco de un árbol y apoyada en una de sus raíces. El peculiar hongo era de color rojizo, un rojo tan vivo que resaltaba entre la penumbra, tan intenso que era posible vislumbrarlo desde la lejanía. A medida que se acercaban descubrieron que no se trataba de una seta habitual, su morfología era atípica al resto de su especie y el pie que la mantenía unida al suelo era de un negro absoluto. La curiosidad de Carleen se desató con un par de preguntas, del mismo modo que, mientras las formulaba, se agachaba para observar el hallazgo más de cerca. La extraña seta atrajo la atención de todos, en especial de Scott, el cual inmediatamente sacó su videocámara digital para filmarlo. A pesar de la emoción el misterio perduró tan solo unos pocos segundos más, hasta que Melvin, con unos conocimientos básicos sobre lo que habían encontrado, decidió responder a sus dudas.

Según sus palabras, aquel hongo era llamado vulgarmente “cuesco de lobo”. Se diferenciaba del resto por su sombrero, que es la parte superior, en este caso con forma de pelota de golf. Al parecer, dentro de esa pelota contiene sus esporas, esenciales para su reproducción. Pero lo más curioso del asunto provenía de su mismo nombre; Melvin comentó que esa especie de “setas” cuando alcanzaban la madurez suficiente cualquier presión externa podía provocar la expulsión de las esporas. A partir de ese proceso se hizo una comparación gráfica con las flatulencias de un animal y con el tiempo adquirió tan burlesco apodo.
Después de su aclaración algunas risas surgieron. Sin embargo, Carleen decidió no excederse, simplemente mostró una sonrisa, necesaria para no parecer una insulsa y suficiente para no ofender a Melvin.

-No me estoy inventando nada, si tanta gracia os hace probadlo.

Inmediatamente Scott enfocó a Carleen con su cámara. Ella se negó a tocar “eso” con sus manos desnudas, pero Melvin le facilitó una rama que encontró en el suelo. Cuando todo estuvo preparado acercó el palo al sombrero de la seta, con la punta astillada presionó en el globo, hasta que finalmente… lo reventó. Fue entonces cuando se desató el horror. De su interior salió una ráfaga semejante al vapor, con la misma potencia que una olla a presión, pero de un color amarillento. La inesperada nube de esporas impactó contra el rostro de Carleen, introduciéndose en sus ojos como minúsculos trozos de cristal, extendiéndose a su alrededor y alcanzando al resto de sus compañeros. El escozor que sintió después fue inhumano, casi tan abrasivo como el ácido. Con un salto se incorporó, con sus manos se restregó sus párpados, con la inevitable intención de revertir el daño. Segundos después los abrió de nuevo.

-Dios mío.-Dijo totalmente consternada.-No puedo, no puedo ver nada.

Sucedió de un modo tan repentino que por un instante creyó que había anochecido, que de algún modo la luz del sol se había consumido y que aquella negrura tan absoluta no se debía a su vista. Pero no fue así, por alguna razón sus ojos se habían quedado ciegos y no era capaz de encontrar a sus compañeros.
Extendió sus manos para dar con ellos, gritó sus nombres en un par de ocasiones, pero no obtuvo una respuesta que la satisficiera. Lo volvió a intentar, esta vez con mayor desesperación, alzando su entonación entre toda aquella vegetación.

-¿Que haces Melvin? ¿Por qué mueves así la boca?-Pudo escuchar a Scott con una pregunta fuera de lugar.

Tan solo oír su voz Carleen insistió de nuevo con su problema y además añadió que necesitaba acudir a un hospital. Sin embargo, Scott no parecía estar atento a sus palabras, seguía obcecado con el extraño comportamiento de Melvin. Aquel desconcierto insufrible perduró unos segundos más hasta que finalmente se descubrió lo que estaba ocurriendo. Al parecer Melvin no podía hablar, sus palabras se trababan en su garganta como si sus cuerdas vocales hubiesen sido seccionadas. A causa de esto Scott no le podía escuchar. Necesitó un poco de paciencia para poder entenderle, al menos hasta que logró leer sus labios.

“Me he quedado mudo. “


No pudo tomarse aquello en serio, comprendió que se trataba de una broma absurda, sin gracia alguna, así que inmediatamente se giró hacia Carleen y le comentó lo muy idiota que en ocasiones era su amigo. Lo delirante de la situación llegó cuando la chica respondió del mismo modo que Melvin, vocalizando con su boca en un absoluto silencio. En ese mismo instante Scott observó a su alrededor, inclinó su cabeza hacia un lado y descubrió la verdadera razón. Se tomó unos segundos para asimilarlo, pero necesitó bastante tiempo para aceptarlo

-Dios mío, no sois… no sois vosotros.-Balbuceó.-joder, no lo entiendo, no puedo… no puedo escuchar nada.

El corazón de Carleen dio un salto cuando dijo esas palabras. Pudo oír como las repetía una y otra vez, cada vez con más agonía, estrechando el límite que daba paso al llanto. A causa de la situación apenas podía controlar su pulso, ni siquiera sus piernas se mantenían quietas, en realidad todo su cuerpo temblaba. Necesitaba pensar con rapidez, no ofuscarse, dar con una solución cuanto antes.
Sin perder el tiempo gritó el nombre del chico que le gustaba, estiró los brazos buscándole y Melvin respondió agarrándole de la mano. Él podía escucharla. Una vez a su lado le propuso volver, regresar al pueblo dónde habían aparcado el coche y una vez allí buscar ayuda. A causa de su enmudecimiento Melvin no pudo responderle, sin embargo se las ingenió para hacérselo entender a Scott. Carleen se aferró a su cuerpo como si su vida dependiera de ello; podía sentir su respiración, como su corazón palpitaba con velocidad, de algún modo se sentía menos asustada a su lado.
Estuvieron unos minutos en silencio, mientras Melvin intentaba explicarse mediante gestos, pero fracasó. Como último recurso se agachó y se dispuso a escribirlo en el suelo.

-Tenemos… que…volver a… -Dijo Scott leyendo-¡Sí, tenemos que volver al pueblo! ¡Quizás allí sepan lo que nos ocurre, quizás tengan un remedio para esto!

Por un momento Carleen recordó la posibilidad de llamar por móvil, pero desistieron cuando la cobertura resultó ser nula. Con Scott de guía los tres Universitarios regresaron sobre sus propios pasos. No se habían distanciado demasiado de las tiendas así que no les sería complicado encontrar el camino de vuelta.

-Tenemos que darnos prisa, está empezando a oscurecer-Añadió Scott.

Aquella última frase la habría desesperado si se hubiese encontrado en otras condiciones. De pequeña, cuando sus primos la encerraban en el cuarto de baño y ella no alcanzaba al interruptor de la luz siempre acababa llorando. Las cosas no habían cambiado con el tiempo, seguía temiendo a la oscuridad y por eso estaba aterrorizada. Porque en realidad, para Carleen, ya había anochecido.

Lo que podrían haber sido unos cinco minutos de trayecto se convirtió en más de un cuarto de hora, la falta de comunicación entre ellos fue el principal problema. Melvin guiaba a Carleen sosteniéndola con sus brazos, evitando que tropezase, mientras Scott les abría el paso entre la maleza. Ya se encontraban cerca de las tiendas cuando de pronto Scott se detuvo, al instante Melvin también lo hizo y Carleen, algo confusa, preguntó por qué no continuaban avanzando. A causa de la falta de oído Scott no respondió a sus preguntas, tan solo habló cuando creyó necesario hacerlo.

-Dios mío, decidme que lo habéis visto.-Dijo finalmente.

Melvin era consciente de que su amiga no podía ver nada, que él no podía decir palabra y que su compañero se había quedado sordo, así que se limitó a asentir con la cabeza. Carleen se inquietó mucho más cuando pudo notar la mano de su estimado temblar; algo escalofriante estaba ocurriendo pero ella era incapaz de verlo.

- ¿Por qué nos hemos parado? ¿Qué habéis visto?
-Carleen, por favor dime que tú también lo ves -Insistió.
-¡Joder Scott, estoy ciega, no puedo ver una mierda! ¡Me estás poniendo nerviosa! ¿¡Qué coño está pasando!?

Melvin se comunicó con su amigo, Carleen supuso que le estaba recordando su problema con la visión.

-Por favor no hables, puede escucharnos.-Susurró.-Hay una mujer… o quizás es un hombre, no sé lo que es, lleva el pelo largo. Ha sacado nuestras mochilas fuera, las está removiendo y parece estar buscando algo.
-¿Un ladrón? ¿Y por qué no le echáis fuera?
-Ahora se ha vuelto a meter dentro de la tienda-Siguió explicando.
-Melvin, escúchame ¿por qué no la ahuyentáis? Pregúntaselo, por favor.
-Lleva algo en las manos, es una… ¡es una hoz! está abriendo las mochilas con eso.
-¿Una hoz?
-Dios mío, Melvin ¿has visto su cara? Es horrible, tiene el rostro deforme.
-Por favor, quiero irme de aquí.-Se acobardó Carleen al imaginarlo.
-Joder, su mandíbula está totalmente desencajada ¿Cómo puede sobrevivir alguien con la cara tan desfigurada?
-Por favor vámonos, tenemos que marcharnos de este maldito sitio.
-Mierda-Dijo de pronto.
-¿¡Qué!? ¿¡Qué pasa!?

Carleen estaba tan angustiada que también había olvidado el estado en el que se encontraban, seguía esperando una respuesta de alguien que ni siquiera había podido escuchar su pregunta. Cuando perdió la paciencia se dispuso a gritarles pero Melvin lo impidió tapándole la boca con la mano. No necesitó palabras para saber lo que estaba ocurriendo, aquel simple gesto lo aclaró todo. Aquella mujer que Scott describía podría haberles divisado en la lejanía, quizás ahora se encontraba mirando hacia allí, vigilándoles con su rostro decrépito, mientras se llevaba el arma a sus manos. Fuese cual fuese la realidad el resultado fue igual de espantoso cuando Scott se giró hacia ellos y gritó:

-¡Viene hacia aquí, viene hacia aquí!

Ya no hubo más tiempo para conjeturas, ni más tiempo de silencio, Melvin la agarró fuertemente de la mano y estirándola del brazo comenzaron a correr. Su adrenalina se disparó al sentir sus pasos acelerarse en la oscuridad, sin posibilidad alguna de prevenir los obstáculos que la podrían hacer tropezar, con la ciega y total confianza depositada en la persona que le gustaba. Pudo sentir el viento golpear su cara, como se filtraba en su cuerpo congelando sus pulmones, como silbaba en sus oídos mientras descendían por la montaña. Las frondosas zarzas arañaron sus delicadas piernas, los árboles más bajos estiraron con sus ramas de su cabello y el persistente barro se encargó del resto.

-¡Melvin!

Sucedió de repente, su pie se introdujo en una zanja en el terreno, con torpeza perdió el equilibrio, soltó la mano de su amigo, y consecuentemente salió despedida hacia el vacío. Su cuerpo rodó pendiente abajo, en su transcurso perdió un zapato y se golpeó la cabeza contra el suelo. A los pocos metros finalmente se detuvo, ya sin fuerzas y con un dolor agudo en su cráneo. Mientras intentaba incorporarse gritó su nombre de nuevo, pero nadie respondió, tan solo el canto de una lechuza lejana podía escucharse en aquel solemne bosque. Con ambas manos se agarró al tronco de un árbol cercano y con un esfuerzo sobrehumano logró ponerse en pie. Abrazada a él finalmente rompió a llorar, necesitó hacerlo para así calmar sus nervios.

- Melvin, no quiero perderte.-Dijo entre lágrimas.-no me dejes, Melvin por favor, te quiero.

Que él la encontrara era la razón por la que no continuaba huyendo, del mismo modo que fue su aliciente para asistir a la acampada. Lamentablemente, y por mucho que preguntara, su estado no le permitía ver quien se estaba acercando, le era imposible adivinar a quien pertenecían aquellos pasos.


***

El agente Fuller se sirvió un café en la máquina que tenían instalada en la oficina, con cuidado vigiló que no rebosase del vaso, mientras con la otra mano, abrió la puerta de su despacho.
Una vez dentro se dirigió hacia la mesa de trabajo y cogió asiento frente a ella. La chica en cuestión fue localizada deambulando por las calles del pueblo aquella misma madrugada. Se encontraba en estado de shock, totalmente desorientada y con un ataque por la hipotermia. Cuando le preguntaron de dónde provenía ella respondió –Del bosque- y añadió que sus amigos aún seguían allí, que estaban en grave peligro. Así fue como hallaron los cadáveres de los dos jóvenes y así fue cómo, después de cincuenta años, habían encontrado una pista para resolver los asesinatos similares que acontecieron en el pasado.

-La encontramos cerca del cuerpo. Te advierto que las imágenes que vas a ver pueden ser muy desagradables.-Dijo el agente acercándole la videocámara digital de Scott.-Pero necesitamos que hagas un esfuerzo.

Carleen la cogió con sus temblorosas manos, desplegó la pantalla LCD y con temor presionó el botón “Play”. El video inició su reproducción. Mientras lo veía su expresión pasó del miedo al desconcierto, hasta que su rostro se desencajó totalmente.

-Dios mío.-Balbuceó.

En la pantalla pudo ver desde una perspectiva distinta como aquella nube de esporas golpeaba su cara, dejándola ciega y asustada. Pero en la desquiciante grabación también descubrió que sus amigos asumían un papel muy distinto al que ella recordaba: ambos se hacían señas mientras fingían estar en problemas.

-Ellos sabían lo que te iba a suceder.-Añadió Fuller.-Sabían que esas setas provocan una ceguera temporal y te habían llevado expresamente para gastarte un broma pesada.

Carleen no pudo soportar ni un segundo más la crudeza de aquellas imágenes. Su corazón dio un salto cuando descubrió que Scott falseaba con su sordera, sus ojos se humedecieron cuando permitieron que callera por el precipicio y sus lágrimas se manifestaron cuando pudo ver a Melvin, riéndose cruelmente, mientras ella lloraba y gritaba “Te quiero”. No necesitó acabar la cinta para deducir que todo había sido una gran mentira.

-¿Has visto algo extraño en la grabación? ¿Tienes idea de donde pudieron ir después de que regresaras hacia el pueblo? Antes de que todo esto sucediera ¿recueras haber visto algo sospechoso? Por favor, contéstame a esta última pregunta y ya habremos terminado.

Pero Carleen volvió a responder con un frustrante y rotundo -No-.

El agente Fuller se dejó caer en el respaldo del asiento, dio un sorbo a la taza de café y desvió su mirada hacia la ventana. A través del cristal divisó las montañas y se estremeció. De algún modo supo que aquellos bosques guardaban la respuesta, ocultaban con sus ramas el secreto, del mismo modo que una leyenda no desea ser descubierta para así alimentarse del misterio.
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martes, 4 de mayo de 2010

Relato de terror: Cierra los ojos

Soy una mala persona, lo acepto y lo llevo con orgullo. Cuando todos lloran, yo río- cuando ellos gritan, yo lo provoco- Disfruto haciendo padecer, me llena de placer ver las dolorosas expresiones que se oponen a mi cruel sonrisa, soy un rebelde y jamás cambiaré.

Así era mi mentalidad entonces, así era como yo reflejaba mis problemas interiores… hasta que un día me pasé de la raya.



Fue un caluroso domingo cercano a las vacaciones de verano, cuando mis piernas aún jóvenes caminaban junto a las de mis amigos y cada uno en un lenguaje un tanto obsceno relataba sus orgullosas fechorías. Nos dirigíamos al portal de un conocido, concretamente al camello que nos proporcionaba los polvos mágicos de la felicidad. Aún teniendo suficientes reservas necesitaba comprar más. Ya no era simplemente consumirlas, el hecho de saber que tenía un buen cargamento almacenado en el doble cajón de mi cuarto hacía que me tranquilizase.

Entonces, en ese preciso momento pude verlo por primera vez, aquello que hizo cambiar mi vida radicalmente.

Era un hombre mayor, un anciano calvo y ciego que dibujaba su camino sobre la acera con un alargado bastón metálico. En efecto, era el blanco perfecto.Entre risas les hice unas señas para que se detuvieran, seguidamente me situé junto al abuelo, y con un educado – Buenos días – le saludé.

El hombre intentó buscar mi posicionamiento y sorprendentemente acertó.

- Hola chico ¿Podrías hacerme un favor?-Me preguntó con una voz desgastada por los años.

-Dígame.

-No somos mudos, pero el ayuntamiento parece ser que intenta convencernos de ello: no nos escucha y estos semáforos siguen sin tener sonido. Por favor ¿podrías avisarme cuando se ponga en verde?

Yo le respondí con una vehemente afirmación y esperé unos instantes junto a él. Había pensado que quizás hubiese sido suficiente hacerle la zancadilla, pero el simple hecho de ver a un ciego gritar descontrolado entre el tráfico resultaba una apuesta mucho más divertida.

En la silenciosa espera una cálida ráfaga de viento – anunciante de tormenta- hizo balancear las crujientes ramas del platanero situado al otro lado de la carretera. Una difuminada gota de agua descendió frente a mi rostro, finalizando sobre la piel de mi calzado, a la vez que mis carnosos labios púrpura se separaron en una diabólica sonrisa.

-Ya puede cruzar.


El silencio de sus confiados pasos, el chirrido de los frenos desgarrados por el asfalto y por último, la nota de un do menor retumbó dolorosamente en mi corazón. Lo cierto es que no había pensado en aquella posibilidad - ¿Quizás me cegó mi alocada mentalidad adolescente?- realmente no podía imaginarme que ocurriría algo así, era incapaz de asimilar que aquel líquido carmesí que emergía bajo su cuerpo era la vida que le acababa de arrebatar.

Sufrí unas horas tras el incidente, estaba nervioso ante tanto interrogatorio, pero finalmente, cuando llegué a casa como un inocente, todos mis males formaron parte del pasado y tenedor en mano agarré otro trozo de lenguado.


***


Un gran valle verde se dibujaba en compactos acrílicos, la silueta de unas oscuras montañas se mantenían amenazantes tras el paisaje, el sonido de un hombre que susurraba palabras sin sentido caminaba por un solitario camino lamentándose por algo inaudito. De repente se giraba y con su mano derecha me señalaba.

Y allí estaba yo, con las manos manchadas de sangre.


-Cierra los ojos-


Me desperté de un salto, agarré el despertador con la otra mano y lo estrellé rabioso contra el suelo. Llegaba tarde y a pesar de recurrentemente hacer novillos aquel día era distinto a todos los demás: a primera hora tocaba educación física, mi asignatura favorita.


Debía mantenerme corriendo durante doce minutos seguidos rodeando el campo de fútbol, pero a pesar de saber que aquello tan solo era una prueba de resistencia física me empeñaba en posicionarme el primero en aquella personal competición, quería ser el mejor. A causa de ello estaba más acalorado que los demás, mi corazón se aceleraba con descontrol y unas escurridizas gotas de sudor descendían lentamente por mi frente, rodeando mis cejas, deslizándose sobre mis párpados, hasta que finalmente…

Un repentino escozor salado hizo que cerrase los ojos y me detuviese al instante. Algo en aquel momento había provocado el resurgimiento de la imagen de aquel fallecido ciego en mi mente. Seguramente por el cansancio, quizás por un cierto remordimiento ¡pero no! Me equivocaba, no había formado parte de mi imaginación ¡estaba seguro! Le había visto en la lejanía, me estaba observando entre la arboleda, y en un abrir y cerrar de ojos ya había desaparecido.

Extrañado y un tanto mareado decidí ir a hidratarme en una fuente cercana junto a la cancha de básquet. Debía olvidarme de lo ocurrido, tampoco había sido culpa mía- no debió pararse en medio de la carretera-

¡No! ¡Ocurrió por segunda vez! Fue al levantar la cabeza, tras refrescarme la cara cuando su presencia resurgió entre las sombras. Esta vez estaba en medio del arenal, de pie, con la misma ropa que el incidente, mirándome fijamente mientras que con un coordinamiento de bastón avanzaba dos pasos hacia mí.

Grité y retrocedí asustado al presenciar su difuminado desvanecimiento en el aire, a la vez que totalmente horrorizado me preguntaba ¿¡Que coño está pasando!?


Corrí y corrí, no debía detenerme ¡estaba en todos los lados! Cada vez que estornudaba, cuando en ocasiones bostezaba ¡incluso cuando pestañeaba! Él allí aparecía, esperando al mínimo instante que cerrase los ojos para avanzar un paso más.

Quería, deseaba con toda mi alma, un leve rayo de luz de esperanza, pero yo ya lo sabía, por más que huyera, por más lejos que fuera, cada vez él estaría más cerca - ¿Por qué?- al principio me lo pregunté ya que no podía imaginar que una respuesta tan evidente fuese a la vez tan escalofriante: Sin saber como ni por qué, aquel fallecido anciano se había metido en mi cabeza.

Hice mil y un esfuerzos por mantenerlos abiertos, incluso necesité introducir la cabeza en la bañera para sumergirlos bajo el agua y aliviar aquel desesperante escozor que yo mismo me provocaba. Pero era doloroso, era desquiciante, era totalmente insoportable. No aguantaría mucho más, mi vista se cansaría, mis párpados caerían y él me atraparía.

Desgarrado por la angustia me lancé sobre el teléfono, necesitaba ayuda, necesitaba que alguien me tendiese su mano. Pero mis amigos se rieron, mi familia me tomó por loco, y la policía me colgó el teléfono. En aquel momento me di cuenta, me encontraba totalmente solo ante ello.

Podía ver su cara, sonreía, disfrutaba del lamentable estado en el que me encontraba, y mientras yo corría de una habitación a otra impotente de que hacer me parecía incluso oír sus crueles carcajadas hacer eco en mi mente.

Llegué a la cocina y el destello de la luz encendiéndose me cegó durante unos segundos. Grité cuando le vi alzar la mano hacia mí, cuando su sonrisa bañada en sarro se abrió y cuando su índice en la negrura finalmente me alcanzó. Entonces…perdí el control.



***


Ya han pasado más de cincuenta años desde que me arranqué los ojos y lo cierto es que a pesar del tiempo sigo pensando que aquello ocurrió en realidad. Mi castigo fue mi conciencia, mi dolor el arrepentimiento, y curando mis pecados en la oscuridad ahora me encuentro. Quizás fuese cosa del destino, puede que incluso estuviese escrito, pero la verdad estaba ahí presente, aquel incidente hizo cambiar mi mente, me desvié de aquel equivocado camino para siempre.

Pero algo aún no ha cambiado, parpadeante me amenaza desde el otro lado, mientras que yo a pulso vibrante me detengo junto a la carretera…

-Buenos días- Dijo la dulce voz de una joven chica- ¿Quiere que le ayude?

-Sí hija mía, no somos mudos, pero el ayuntamiento parece ser que intenta convencernos de ello: no nos escucha y estos semáforos siguen sin tener sonido. Por favor ¿Podrías avisarme cuando se ponga en verde?


Estaba claro que muchas cosas desde entonces no habían cambiado, pero aquel rayo de esperanza que una vez deseé que me salvara ahora me agarraba delicadamente del brazo ayudándome a cruzar la calle.

Me reconforta el saber que todos no somos iguales.
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Relato de terror: Pendiente de un hilo

“Eres un monstruo y no mereces vivir”. Aquello era lo que en el pasado muchos de mis compañeros me gritaban, riéndose de mí y humillándome ante las chicas.
Llegué a este mundo con una malformación en la cara lo suficientemente seria como para perder mi ojo derecho, a causa de ello el resto de mi vida se convirtió en un difícil camino cuyo único destino era sobrevivir.

A pesar de que la adolescencia fue la época más traumática siempre tuve el apoyo incondicional de mi abuelo, el cual haciendo uso de su gran sabiduría me aconsejaba logrando hacerme sentir mejor. Muchas fueron las frases que me hicieron pensar pero tan solo una de ellas fue lo suficientemente impactante como para cambiar el rumbo de mi vida.

“Nada es verdad ni mentira, todo depende del cristal por el cual se mira”

La primera vez que escuché aquella oración no comprendí realmente la grandeza de su significado, incluso subestimé su sentido racional, pero mi abuelo me explicó con detalle su concepto: Cada persona es especial por alguna particularidad que lo hace único, que mi rostro fuese distinto al del resto no significaba que por ello fuese un monstruo. Todo el mundo no ve del mismo modo, para muchos el color negro es sinónimo de muerte y mal augurio, sin embargo para otros es el poder y la elegancia, todo depende de quién lo mire.

Aquellas palabras con las que me aconsejaba día tras día me ayudaron a seguir adelante, a llevar a cabo mis estudios y a no dar mayor importancia a aquellos que intentaron dañarme. Lamentablemente la peor época estaba por llegar y el fallecimiento de mi abuelo fue el súmmum de mi infelicidad. En aquel entonces yo ya había acabado BUP y me disponía a buscar un trabajo para pagarme los estudios Universitarios; muchas fueron las entrevistas y pocas las llamadas, podía verlo en sus miradas, sus rostros oscilaban entre la sorpresa y el miedo ¿Por qué nadie se molestaba en conocerme?

Heredé su casa y también su fortuna, lo cierto es que me hubiese gustado ganar el dinero con mi propio esfuerzo, ser independiente, pero tras su muerte caí en una profunda depresión que me convirtió en el extraño que soy ahora. A pesar de todo hubo una persona que dedicó su tiempo en ayudarme, su nombre era Elisabeth Wallace, y relevó a mi abuelo. De pequeño estuve viviendo en la casa que ahora habitaba, sus padres tenían una fuerte amistad con los míos, y siempre celebrábamos reunidos las fiestas, se puede decir que nos criamos juntos. Ante tanta amabilidad acabé cogiéndole un gran afecto, su mirada no era como la de los demás; no mostraba el más mínimo sentimiento de compasión por mi malformación, simplemente me trataba como al resto. Fueron sus ojos los que me enamoraron, mi fijación por ellos acabó desencadenando en mi una especie de admiración y obsesión que se reflejaba incluso en mis sueños. Lo cierto es que jamás intenté declararle mis sentimientos, no hacía falta porque ya sabía su respuesta ¿Quién podría enamorarse de mí? En vez de eso me encerré en el subterráneo y dediqué el resto de mis años a experimentar sobre algo que llevaba tiempo pensando.

Aquella frase que me recitó mi abuelo en su momento me causó una inquietud frente a un misterio que gran parte de la humanidad no tiene presente. Si bien los gatos a diferencia de los humanos pueden ver los rayos ultravioleta que nos rodean ¿qué otros pigmentos no somos capaces de visualizar? ¿De qué color es realmente el mundo que nosotros conocemos? Para algunos quizás el azul sea rojo, para otros incluso todo esté formado por una escala de grises. Pero según la ciencia ¿Cuál sería su color verdadero? Gracias a mi evasión del mundo exterior pude dedicar todo mi tiempo en un gran proyecto que según mi opinión revolucionaría el concepto de lo que vemos. Muchos inviernos bajo el suelo estuve, ayudado por mis medios y mis propios conocimientos, hasta que finalmente lo di por concluido.
Era un especie de prisma, negro absoluto, incapaz de reflejar luz, con forma piramidal y con unos enganches informatizados situados en su base. No tardé demasiado en hacerlo, aquella madrugada de Agosto me lo incrusté en la ubicuidad derecha de mi cara donde mi ojo faltaba. Al hacerlo sentí un corrosivo escozor esparcirse por mi cabeza, minutos después se convirtió en un dolor palpitante, pero gracias a las precauciones que había tomado no sufrí demasiado. Estuve en cama alrededor de una semana hasta que mi sistema nervioso asimiló el poligonal objeto como una prolongación natural de mi cuerpo.

Finalmente llegó el gran día, recuerdo que abrí aquella puerta que llevaba tiempo sin cruzar, avancé dos pasos sobre la acera y alzando la cabeza fijé la mirada. Me es imposible describir con palabras lo que aquel prisma reflejó en mi mente, tan solo puedo decir que aquello que estaba presenciando era muy distinto a lo que mi ojo humano estaba acostumbrado. Con el izquierdo podía ver como la lluvia caía con naturalidad en el asfalto, y circulaba torrencialmente sobre los adoquines calle abajo, sin embargo, a través de mi invento podía ver un sinfín de colores nuevos, imposibles de categorizar, ya que no eran comparables con nada semejante. A pesar de todo lo más deslumbrante estaba por llegar, lo descubrí al girar la cabeza hacia el sentido opuesto por el que circulaba el agua, carretera arriba cientos rayos de luz rebotaban contra las paredes de los distintos edificios, se bifurcaban al contacto con el agua y parpadeaban al ser eclipsados por algún objeto opaco. Era increíble, todos aquellos colores que desde pequeño fui asimilando ahora resultaban ser completamente distintos, incluso algunos de ellos poseían unos hermosos degradados que variaban su tonalidad a medida que el cuerpo adquiría movimiento. La felicidad me acompañaba en toda mi expectación, me sentía en paz a causa de ser el primer hombre en poder ver la realidad.

A raíz de mi logro mi presencia en el exterior fue de lo más frecuente; la gente me miraba desconcertada al observar aquel objeto contundente en mi cara, pero no me importaba ya que solían hacerlo de todas maneras. Mi concentración jamás había sido tan imperturbable, todas aquellas magníficas luces me tenían cautivado, quizás hipnotizado, lo cierto es que me pasaba las horas mirando hacia el cielo y observando como aquellos fenómenos tenían un cierto parentesco a la conocida Aurora Boreal.

Pero una tarde no muy veraniega me percaté de algo que aún no había discernido; recuerdo que ya cansado de tanto caminar decidí ir a sentarme en el banco de un parque cercano, mi agotamiento dio paso al sueño y sin darme cuenta cerré mi ojo izquierdo. Estaba en una fase de transición a mi imaginación cuando mi prisma siempre activo me mostró una nítida imagen de algo completamente desconcertante. Me desvelé casi al instante y un tanto alterado observé como aquel solitario anciano daba de comer a las palomas. Fue delirante. Hilos, cientos de hilos emergían de su piel, tensándose en cada gesto y controlando sus movimientos. Atónito observé cómo se alzaban sobre su cabeza, ascendiendo hacia el cielo y alcanzando una altura lo suficientemente lejana como para dejar de verlos. Miré a mí alrededor y aquel suceso se repitió; aquellos niños jugando al baloncesto, aquella señora que paseaba a su perro, incluso en aquel cochecito azulado podían verse los escalofriantes filamentos ondear en columna sobre el bebé.
Aterrado corrí hacia mi guarida. En mi transcurso pude ver a todas aquellas personas ignorantes de lo que sucedía, me miraban, me observaban, y sus hilos también lo hacían.
Lo más extraño estaba por llegar, en el regreso a mi hogar descubrí que mi cuerpo estaba totalmente libre de ellos. Me miré una y otra vez, brazos, manos y piernas, ni rastro de nada parecido. ¿Cómo era posible? ¿Por qué yo no los tenía? ¿Qué me hacía diferente al resto? Muchas hipótesis pasaron por mi cabeza, algunas de ellas pusieron en duda mi propio sentido de la razón, pero tan solo unas pocas me ayudaron a desentrañar aquel misterio. Por alguna razón que soy incapaz de comprender el mundo estaba siendo controlado, las masas eran manipuladas por una desconocida fuerza que se ocultaba tras las nubes, y mi misión parecía ser liberarlas de su cautiverio. Una de las causas por las que pienso que soy libre ocurrió hará cosa de cinco años cuando tras la muerte de mi abuelo intenté suicidarme un par de veces, recuerdo que mi platónica Elisabeth no lo permitió pero lamentablemente los daños me llevaron directamente al hospital. Quizás también haya sido a causa de mi estilo de vida, distinto al del resto y evitando la corriente que arrasa a esta sociedad. Lo cierto es que no se qué pensar.
A pesar de estar totalmente desorientado algo sí que tenía claro, debía liberarla, ella era la única persona en mi vida que merecía ser salvada. Por eso mismo aquella noche piqué a su puerta de una forma frenética, esperando a que en algún momento saliera. Cuando apareció su expresión cambió y como esperaba no tardó en preguntarme que era aquello que tenía incrustado en la cara. Pero no había tiempo para explicaciones, necesitaba hacerla libre, y tijeras en mano me abalancé con la intención de cortar aquellas hebras que la manejaban. Lamentablemente no pude llegar a hacerlo, asustada me apartó con violencia, y entre gritos volvió al interior de su piso. Debí haberme tranquilizado antes de actuar de tal manera, jamás me perdonaría ¿Y si ya no quería volver a verme? ¡Maldita sea! ¿¡Que había hecho!? ¡Ahora nunca podría explicarle lo que había descubierto! ¡Perdóname Elisabeth, perdóname por haberte asustado! La semana siguió su transcurso y yo insistente no logré contactar con ella, debía estar muy enfadada como para no responder a mis llamadas.

¡No podía soportarlo! Eran como tristes marionetas, podía verlo en sus rostros, realmente no deseaban hacerlo, pero por mucho que se negasen aquellos maquiavélicos hilos fueron los que le empujaron a que robase en aquel supermercado, provocaron que matase a su esposa, y torturaron a aquellos animales. Ante tanto caos no tuve más remedio que intentar comunicarme con ella a través de correo ordinario. Introduje la carta en un sobre perfumado, con estampados de flores y con un texto de arrepentimiento en su interior. También en aquel texto la cité para que viniese a casa cuando estuviese preparada, tenía algo que enseñarle, concretamente quería mostrarle mi gran hallazgo.

Cuando sonó el timbre mis piernas temblaron y mi corazón se aceleró de un modo poco habitual, tenía que ser ella ¿Quién sino se molestaría en venir a verme?
Abrí la puerta y como bien predije allí estaba, de pie frente a mí mientras sostenía el escrito con su mano derecha. Al mirarla pude ver como su rostro expresaba preocupación, y en cierto modo me alegré de ello. Mi nula autoestima me repetía una y otra vez que jamás podría llegar a tenerla, que nunca llegaría a quererme de esa manera, pero aquel gesto de intranquilidad era lo más similar al amor que jamás me ofrecería.
Tras una breve charla bajamos al sótano, y sin perder más tiempo inicié el sistema informático primordial en el desarrollo de mi proyecto. Elisabeth se situó a mis espaldas y observó con detenimiento lo que le explicaba. Imaginé que llegaría a sorprenderse mucho más, que después de mi exhaustiva explicación ella cedería a que la ayudase, pero en vez de eso lo único que hizo fue recorrer el sótano buscando algo. Le pregunté, pero ella me ignoró, simplemente agarró una de mis sillas y la desplazó hacia el centro de la habitación. Estaba desconcertado, no comprendía con exactitud cuál era su intención, tan solo pude predecir algo al observar como ataba una horca desde una de las vigas.

-No eres diferente al resto-Dijo Elisabeth-ni siquiera destacas entre la multitud.

Fue como un golpe de calor, cuando intenté preguntarle por sus crueles palabras no logré hacerlo, mis labios estaban sellados en una expresión que me era imposible variar. A pesar de dar la orden ninguna de mis extremidades podían moverse, por alguna extraña razón mi sistema nervioso parecía haberse paralizado, engarrotado, o quizás muerto. Lo intenté de nuevo pero aquella agonía no cesaba, estaba encerrado en un cuerpo que me era imposible controlar.

-Fuiste un experimento, por una vez quisimos dar libre albedrío a un humano y en vez de aprovecharlo malgastaste tu vida encerrándote en este asqueroso sótano.

¿Qué estaba ocurriendo? ¿Por qué no podía ni siquiera hablar? ¿Cuál era la causa de mi repentina parálisis? Lo descubrí cuando mi mirada se desplazó involuntariamente hacia el suelo y pude ver así como aquellos maquiavélicos hilos ahora también controlaban mi cuerpo.

- Lo único que has hecho ha sido lamentarte una y otra vez por tu destino, en vez de intentar cambiarlo por ti mismo.

Avancé baldosa por baldosa sin ni siquiera desearlo, y así me situé a su lado. A pesar de no controlar mi movilidad algo sí que había prevalecido, mis cinco sentidos estaban intactos y me sirvieron de expectación para lo que estaba ocurriendo. Cuando me subí a la silla pude sentir de nuevo aquel agradable aroma de piel que la caracterizaba, después me até la soga al cuello y finalmente me regalaron unos segundos para observar aquel rostro del cual me había enamorado.

-Siempre he sabido que yo te gustaba. Es fácil suponerlo, los desgraciados como tú que apenas tenéis posibilidades para descubrir el amor siempre os acabáis enamorando de la persona que más os hace caso. Lo cierto es que intentaba disimular el asco que me dabas solo porque me entristecía tu deseo por tenerme. Pero ¿A quién pretendes engañar? Mírate, eres horrible, jamás en tu vida podrás llegar a tener una relación.

Mis lágrimas no se manifestaron, pero pude sentirlas en mi interior, se lamentaron por no haber sabido aprovechar la oportunidad que se me brindó, por no haber seguido el ejemplo que mi abuelo me aconsejó, y sobretodo lloré al descubrir que la única persona de la cual me enamoré resultó ser un títere sin corazón.

-Eres un monstruo y no mereces vivir-

En aquellos últimos segundos, mientras la gruesa cuerda desgarraba mi cuello, me pregunté si aquel último acto también había sido involuntario.
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